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La Mujer en el Porvenir

13 al 16 de enero de 1916 — Teatro Peón Contreras, Primer Congreso Feminista, Mérida, Yucatán, México

 

[Por razones de salud Galindo no pudo estar presente, pero mandó un discurso al congreso que fue leído por César González.] 

 

La profecía del Evangelio se ha cumplido. “Los tiempos han llegado.” “Bienaventurados lo que han hambre y sed de justiciar porque ellos serán hartos.”

Como el minero cava la tierra hasa sus más recónditas profundidades para extraer de sus entrañas sus codiciados tesoros; como baja el buzo a lost antros del oceano trayéndonos en sus manos la concha cuyas valvvas encierra muchas veces la sostosa y bellísima perla, así la revolución constitucionalista, una vez obtenido al triunfo de sus armás, comienza a hacer tangibles sus ideales, a convertier en hechos sus promesas, a transformer la teoría en acción.

Tocaba a la digna mujer yucateca la gloria de ser convocada al Primer Congreso Feminista en Mérda, en donde radica el cerebro de la Repuública, en donde el clima enardece la sangre y actìva las funciones intelectuales, en donde es está, por la proximidad del mar, en perenne communication con Dios y en estrecho abrazo fraternal con todas las nacionalidades, con todas las razas, con todos los hombres. Tocaba a Yucatán repito, la gloria de enarbolar el estandarte emancipador de la mujer, bajo le eficaz protección del cultísimo Gobernador que le ha tocado en suerto; de revolucionario que tan bien ha interpretado el program de reformas sociales y políticas que generó el movimiento armado; del ciudadano que con celo y amor a la humanidad remueve las linfas estencadas abriendo cauce Amplio y sólido al progreso. ¿Cómo no concurrir a este llamado de la civilzatión y de la confraternidad femenina? Huélgome de esta invitación en que se me ofrece la oportunidad de demonstrate una vez más el fervooso celo con que dedico mis energías a la propaganda de la sant causa que he abrazado y la dicha embrigador de poner a escote mi modesta inteligencia al servicio de mi sexo.

Supla esta buena voluntad las deficiencias de mi pluma y la benevolencia de estas soberanas de talent reciba en su alcácar en joyando este humlde trabajo mío que fiene a reclamar vuestra indulgencia.

En las edades primitivas el imperio avasallador de la fuerza dió la orientación a las instituciones socials, dicot las leyes, impuso las religions, rigió las costumbres, mezcló las razas y modeló la primera forma de la civilicación creándola por las necesidades materiales.

Del cazador al guerrero hubo un paso, mintras que de la tribu nómade a la familia, toda una etapa. Mas la fuerza, el Atlas de todos los tiempos, fué por muchos signos el eterno dominador de las edades. Todo ante ella se inclinaba y de allí el culto idolátrico del Sol, del rayo, del vieinto ye demás elementos de la naturaleza en forma de deidades. El hombre, sintiéndose rey de la creación, pone su cetro y su corona a los pies de todo aquello, que una fuerza inmanente ye para él desconocida, lo avsallaba y subyugaba. Entonces esclaavizaba su albedrío como más tarde esclavizara su conciencia y su voluntad bajo la férula del más fuerte. Así, espontáneamente, brotó la esclavitud y así nacieron generaciones enteras sin disponer ni de su cuerpo, maniatadas a la ergástula de una vil servidumbre que llegó a ser vista con indiferencia. Se nacía esclavo o ciudadano libre, plebeyo o patricio, pechero o colono. Hasta fines de la Edad Media, los pecheros pudieron mejorar su condición. Aún entre los nobles y mayorazgo era por derecho ne Nacimiento el único heredero de lost dominos paternos. Entre tanto, la mjuer, por su debilidad física más que por otra razón digna de estima, nacía, crecía y vivía como cosa, como objecto do lujo o de placer, como bien inmueble que podia traspasrarse, venderse, dar en rehenes, matarla o herirla impunemente; el padre ye el marido tenían derecho sobre elle de vida ye muerte.

La dulce y apacible doctrina del Nazareno no llegó a manumitirla, pero sí logró mejorar su condición estblecendo entre los cristianos el derecho de igualdad.

Mas, cemo la igualdad le estbleciera Jesús ante Dios, los hombres no se dieron por entendidos y siguieron manteniendo a la mujer en oscura degradación, hast que las leyes romanas comenzaron a dignificarla, reconociéndole algunos derechos e instituyendo la dote que fué el primer paso en el camino de su emancipación.

La fuerza, prerrogativa irresistible del hombre, reconocía por la primera vez en la mujer la piedra angular de la familiar, adivinando en ella un manantial inagotable te ternura y aspirando por la primera vez el perfume santo de la madre, destinada a perpetuar la especial y a ser la guardadora, la conservadora fiel de todas la grandezas de la creació. Por fin, el hombre había visto el color, se había dado cuenta de la línea curva, un estremecimiente había recorrido todo su Sistema nervioso y por la primera vez en el curso de los signos pagaba pleitesía a la mujer. ¡El milagro lo habían realizado un beso y un suspiro en uno de esos momentos inefables en que el espíritu se pone en comunón con Dios! Desde aquel minute sublime, su rescate no dependía del trabajo de hilar la lana del rebaño; tuvo ya un destino; el hombre había encontrado en ella un mérito. Podía, en lo sucesivo, ser la tutora de sus hijos menores. Tenía una personalidad, casi estaba salvada. Entró en posesión de su alma, aprendió a leer ye a escribir; probó los divinos goces del arte, acumuló en sí misma la virtud de la esposa y la instrucción de la hetaira; elevó a la hetaira a la dignidad de matrona y, como en una copa de falerno, mojo sus labios en el suave l icor del pensamiento humano, infundió su genio en otros genos, asistió a los espectáculos que antes le estaban prohibios; visitió la túnica blanca de la matrona o de la vestal y como una consagración de su independencia, pudo apelar al divorcio cuando, se sentió herida o ultajada.

Pero su manumission dependía, como hemos visto, del matrimonio. En aquellas remotas edades, génisis de la civilización, como en la época actual, el matrimonio constituía el desideratum de su existencia. Tan complejo, tan difícil de resolver fué entonces el problema para la mujer, como es ahora, pese a la diversidad de leyes y costumbres.

La estadística es siempre cruel para las ensoñaciones, ye al lado de cada ideal, los números asientan una realidad siempre brutal. Los matrimonos entonces como ahora, eran los menos. La escasez de recursos, la obligación de ir a la Guerra, el temor a la prole numerosa y multitude de otors factors tan complejos como imposibles de descartar, alejaban a la juventud de altar de Himeneo, creando en la Sociedad uevos problemas como el decrcimiento de la población, el aumento de la prositución etc., etc.

¡Aunqu sea triste decirlo, el hombre nace animal ye la mujer hembra! . . . 

En esta segunda, el sistema nervioso, el muscular, el digestive, las elevadas functiones de su cerebro, los inexplicabas arranques de su instinto, los rasgos más sublimes de su sobrehumana abnegación, la estructura de sus glándulas, la belleza de su piel y la suavidad de sus forma: tot ellos constituya nada más que el armoniso conjunto de adecuados medios para llegar a un solo y alto fin: la maternidad.

El amor maternal, indispensable para la conservación de la especie, tenía que ser muy suerpior a todos los afectos, a todas las pasiones, a todos los hábitos y a todos los instintos: sobreponerse a todos los obstáuclos y regin como absolute soberano todos los actos de la videa femenina. Tan solo así se explican recionalmente los conocidos casos de princesas corriendo la suerte de artistas trashumantes; de vírgenes de aristocrático abolegno abandonando patria, hogar, famila, religion, Sociedad, pasado, presente y porvenir, por caer en brazos de aquel que logró cativarla, no importa cual fuere su condición social; aventurero o místico, millonario o bandido, titan o fundámbulo.

Es que el instinto sexual impera de tal suerte en la mujer y con tan irresistibles resortes, que ningún artificio hipócrita es capaz de destruir, modificar o refrenar. Atentar contra el instinto soberano es destruir la salud, corromper la moral, demoler la obra grandiosa de la naturaleza y enfrentarse con el Creador increpándolo con la más atroz de las blasfemias. ¡Te has equivocado!

No puedo menos que sonreir malicosamenta cuando en lecturas cuotidianas doy con un idealista como Rayomond, quien en su libro “Ensayos sobre la Emulación,” le dice a sus lectores: “Dmos al imperio de las mujeres una dirección sublime; que el poder encantdor de que disponen reciba de nuestras manos un impulse saludable hacia lo grandioso y lo bello y que en seguida ellas mismas no guíen hacia la major moral que tan inútilmente andan bucando los folósofos.

Se vé que Raymond no nació mujer. Justamente los impulsos hacia lo grandioso y lo bello: la música, el baile, la poesía, la novela, en una palabra, la vida ideal, la vida del espíritu, son lo más crueles verdugos de la mujer.

Cuando Aristóteles consideraba como principio fundamental de educación que el cuerpo debía ser formado primero y el spíritu después, mens sana in corpore sano, sabia positivamente que nada existe ni daña tanto el instinto sexual en la mujer, como el cultivo de las functiones espirituals: ante todo, el gran filósofo griego ere un fisiólogo.

Si la mjuer, en vez del exceso de sensibilidad que preconize el escritor citado, tuviese una Buena dósis de razón sólida y supiese pensar y discurrir justo; si en lugar de ser neurótica y tímida reborsara valor físico y cultivase el músculo y el glóulo sanguíneo, si possyese como quiere [John] Stuart Mill, la ciencia del mundo de los hombres y de las fuerzas de la naturaleza, en vez de ignoar completamente cómo se vive y tener sólo la forma y la etiqueta de lo bello, la mjuer sería más dichosa y el hombre más honorado.

Generalmente se procura en la mujer el desarrollo de lo que se llama vida del corazón y del alma, mientras se escuida y omite el Desarrollo de su razón. Resulta de esto que padece una hipertofia de vida intellectual y spiritual ye es más accessible a todas las crreencias religioasa; su cabeza ofrece un terreno fecundo a todas las charlanterías relgiosas ye de otro género ye es material dispuesta para todas las reacciones.

El vulgo de los hombres quéjase de ello, porque personalmente lo sufre, pero nadie, pues están petrificados en el prejuicio y les asusta un cambio radical en las leyes y una complete modificación en las costumbras.

Lutero, citado frecuentemente por [Augusto] Bebel, pinta maravillosamente el instinto natural diciendo: “El que va conra el instinto natural y trata de impeder que las cosas sean como exige la naturaleza, ¿qué hace sino querer impedir que la naturaleza sea naturaleza, que el fuego queme, el agua moje y el hombre coma, beba y duerma?”

Un pudor mal entendido y añejas preocupaciones, privan a la mujer de conocimientos que le son no sólo útiles, sino indispensables, los cuales una vez generalizados, serían una coraza para las para las naturales exigencias del sexo: me refiero a la fisiología y anatomía que pueden conceptuarse como protoplasmas de la ciencia médica que debieran ser familiars en las esuelas y colgios de enseñanza secondaria y que se resrvan únicamente a quienes abrazan la medicina como profesión. Igual cosa digo respect a cuidados higiénicos desconocidos en la mayoría de las familias y aún ignorados intencioalmente con el absurdo pretexto de “no abrir los ojos a las niñas. ”Las  madres que tal hacen contribuyen a la degneración de la raza, porque esa mujer linfática, nerviosa y tímida no puede dar hijos vigorosos a la Patria. Esparta cuya virtud y Elevado prestigio nadie pone en duda, mantenía a sus hijos pequeños, hombres y mujeres, enteramente desnudos hasta la edad de la pubertad, con el objecto de que la piel se acostumbrara a todas las intemperies para fotalecer a la juventud físicamenta, ye con el fin también de precavar a la adolescencia contra la malicia y la curiosidad que son los peores incentivos del instinto sexual. En nuestro días, aquella savia costumbre puede y debe suplirse por medo de nociones amplias en las ciencias que hemos señalado y también con el prudente consejo de las madres.

El apoyo de esta tesis podría yo citar infinidad de doctrinas de hombres sabios que han dedicado us vigilia a mejorar la condición de nuestro sexo, numerosos testimonios acompiados por inteligentes mujerjes apóstoles del feminism como doña Emilia Pardo Bazán y otras, pero haría yo interminable este trabajo. Basta para mi objeto citar las siguientes opinions de hombres doctos universalmente conocidos por su prudencia y por su ciencia:

Dice Kant: “El hombre y la mujer no constituyen ser humano entero y total, más que unidos: un sexo complete al otro.”

Schopenhauer enseña que: “el instinto sexual es la manifestación más complete de la facultad de vivir; es la concentración de toda voluntud.” En otra parte escribe: “La affirmación de la voluntad de vivir se concentra en el acto amoroso que es su más genuine expresión.”

Mailander opina lo mismo y afirma que “el punto essencial de la vida humana reside en el instinto sexual, único que asegura al invdividuo la vida, que es lo que más se ama.” “El ser humano a dada concede tanta importancia como a loas cosas del amor; no fija ni concèntra toda la intensidad de su voluntad de modo tan notable en cosa alguna como en alcumplimiento del acto sexual.” Antes que todos ellos, decía Buda: “El instinto sexual es más agudo que el aguijón con que se doma a los elefantes salvajes y más ardiente que la llama; es como dardo clavado en el espírit del hombre.”

Augusto Bebel, en su notabilísima obra, “La Mujer en el presente, en el pasado y en el porvenir,” dice: “Dada la intensidad del instinto sexual, no hay que extrañarse de qu la continencia en la edad madura influya sobre el sistema nervioso, y, sobre todo, en el organism human produciendo las mayores perturbaciones, las aberraciones más extraordinaries, y en algunos casos, hasta la locura y una muerte miserable. El ser human, hombre o mujer, se perfecciona a medida que las inclinaciones y los síntomas vitals en cada case se manifstan y adquieren expresión adecuada en el dearrolo orgánico e intelectual, en la forma y en el carácter. Entonces llegan ambos sexos a su perfección propia.”

“En el hombre de buenas costumbres, dice [Hermann] Klencke en su obra “La Mujer-esposa,” la sujeción de la vida conyugal tiene, sin duda, por guía, los principios morales dictados por el recto sentido, per no seria possible aún dada la major libertad, reducer por complete al silencio las exigencies de la conservación de la especial, asegurada por la formación normal organic de ambos sexos. Cuando individuos bien constituídos, masculinos o femeninos su sustraen durante toda su vida a este deber para con la naturaleza, no existe la libre resolución de resister, aún en el caso de que esta resolución se presente como tal o se erija en libre arbirio, sino solo una anomalía, consecuencia de dificultades y necesidades sociales, conrarias al derecho de la naturaleza y que marchitan el organismo. Esta conducta imprime a todo el cuerpo y hasta a la mente, los rigors del aniquilamiento y del contraste sexual, así en lo que concierne al aspect exterior como el carácter, y provoca por la atonía nerviosa, tendencias y disposiciones enfermizas para el espíritu y el cuerpo. El hombre se afemina, la mujer adquiere aspecto masculine en la forma y en el carácter, porque no se han cumplido la conjunción de los sexos según el plan de la naturaleza, porque el ser humano revistió una sola faz y no obtuvo su forma complete, el punto culminante de su existencia.”

Se ve que la fiolsofía moderna está acuerdo con las ideas de la ciencia exacta y con el buen sentido humano de Lutero. De aquí se deduce que todo ser human debe tener no solamente el derecho, sino el poder y hasta el deber de satisfacer instintos que se ligan de la manera más intima a su esencia y que constituyen su esencia misma. Si a tan legítimos fines se ponen obstáculos, si se hace imposible por las instituciones y preocupaciones socials, resulta que dificultando su desarrollo, se ven condenado a marchitarse y a una transformación regresiva. Testigos de sus consecuencias son nuestros medicos, nuestros hospitals, nuestros manicomios, nuestra prisiones ye esto sin hablar de las miles de personas por ello perturbadas.”

Basta de citas, que podría yo seguir multiplacando. Lo expuesto es suficiente para comprobar la conocida verdad científica de que el instinto sexual impera en la mujer avasallándola por completo.

Hemos visto las dificultades de todo orden para multiplicar los mantrimonios. Queda al pensador, al estadista, al legislador revolucionario, el deber de encontrar solución a dicho problema, puesto que él entraña el más grave mal que a una nación puede ocurrir: el decrecimiento de la población y la degeneración de la raza.

Desde luego, una revision de los códigos civil ye penal se impone con fuerza arrolladora, aumentndo la penalidad en los casos de seducción ye abandon de la mujer. Cuando ésta, fascinada, se entrega en brazos del amate, arrastrada por el ineludible instinto sexual, el hombre queda ante la Sociedad como un calavera agradable, émulo de Don Juan Tenorio. La impunidad de su crïmen lo hace cínico y refiere su hazaña con el tone majestuoso con que haría un Jefe revolucionario el relato de la toma de una plaza. Pero la mujer desdichada que no ha hecho otra cosa que complir con una de las exigencies de su instinto, no negadas ni a la más vil de las hembras, es relegada al desprescio social, truncado su prvenir y arrojada al abismo de la desesperación, de la miseria, de la locura o del suicidio. ¡Cuántas veces la gacetilla de cuenta de la infeliz que, para oculgar su falta (?) apeló al crímen matando a su propio hijo! Las estadísticas del delito están llenas de casos de infanticidio y aborto provocado, si contar con los que quedan ocultos, probando cuánta es la pesadumbre de la vindicta pública, en el ánimo de la triste mujer que ha delinquido!

Para tales casos, la caridad bien entendida de nuestros hombres de Estado, ha fundado Orfanatorios y Casas de Cuna, es decir, su hipocresía ha inventado un artificioso expediente para dejar impunes sus atentados contra la moral y sus crímenes de lesa Patria!

¡Cuántos y cuántos de elástica conciencia se sientan a las majores mesas ye rodeados de honores y de amigos, lucen magníficas joyas y visten el irreproachable traje del caballero y no tienen otro medio de vid ani otra Fuente de ingresos para sostener ese lujo que la explotación asquerosa y criminal de algunas mujeres, de algunas desdichadas que por amor cayeron y que después se convierten en bestias del vicio obligadas por las circunstancias!

¡Cuántos extranjeros vienen a esta tierra a hacer de la mujer Mexicana una verdadera industria valiéndose de su abnegación y su ignorancia!

¡Cuántas autoridades permiten estos inmundos comercios, escarnio de la moralidad y de la civilización ye se muestran inflexibles con la débil mujer que ha delinquido!

Para merecer el título de justos, para que la equidad reine como soberana, no en agrado de la Sociedad, sino en bien de la raza, la revolución debe extirpar todas las lepras, barrer todos los obstáculos, reformar los códigos, abrir los brazos a la mujer, procurarle trabajo bien remunerado para que la nutrición mejore, reprimir los vicios, fomenter la inmigración, multiplicar los centros docents, mas no llevará, no podrá llevar al seno de las familias la buena nueva que ha de derrocar idolátricos prejuicios y extirpar preocupaciones legendarias.

Esta misíon noble y altísima, corresponde a la mujer Mexicana. Ella sóla tiene el poder bastante para romper el velo de Isis y arrojar al fuego purificador de la verdad, cuánto de falso, de convencional y de hipócrita hay en nuestra heroica raza.

¡Y este transcendental problema es el que señalo valientemente ante el Primer Congreso Feminista de mi Patria!

¡Esta obra gigantesca deba llevarse a la práctíca con la energía de la mujer y con la probidad del Gobernante!

¡Que Dios y los hombres honrados tengan piedad de la mujer, procurándole un modo de vida razonable y la evolución de nuestra raza llegará, llenando de asombro a las generaciones venideras!

Y con esto, si el Siglo IX no cumplió la profecía de Victor Hugo de emancipar a la mujer, el Siglo XX y la Patria Mexicana la habrán cumplido.

 

 

Fuente: El Primer Congres Feminista de Yucatan Convocado por el C. Gobernador y Comandante Militar del Estado Gral. D. Salvador Alvarado, y reunido en el Teatro “Peón Contreras” de esta ciudad, del 13 al 16 de Enero de 1916 (Mèrida, Yuc.: Talleres Tipograficos del Ateneo Peninsular, 1916) pp. 195-202.

 

Tambien: La Mujer en el Porvenir (Mérida, Yuc.: Imprenta y Litografïa de “La Voz de la Revolución), p.13.