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Discurso Inaugural

18 de mayo, 1910 — Discurso inaugural,  Primer Congreso Femenino Internacional de la República Argentina, Buenos Aires

 

Señoras y señores:

Si hace un siglo las mujeres de América hubieran tenido la peregrina idea de convocar en un Congreso, a todas las mujeres del mundo, es casi seguro que el programa preparado para servir de pauta a sus trabajos, hubiese girado alrededor de los asuntos que en aquellos momentos tenían el privilegio de electrizar las conciencias y de impulsar las voluntades: los asuntos relativos a la lucha por la independencia nacional, a cuya obra cooperaban todos en la medida de sus fuerzas.

La prueba concreta con que esa agrupación femenina habría exteriorizado su más ardiente aspiración hubiera tenido la forma de aquella celebrada y nunca bastante recordada nota, con que las muy patriotas damas argentinas, ofrecían al gobierno, una suma generosamente reunida con destino a la compra de los fusiles que habían de armar otros tantos valientes, en los combates por la causa común.

Se ha dicho que cada época tiene sus hombres y ¿por qué no diríamos también que tiene sus mujeres? Hoy que los motivos que sacudían los instintos de su patriotismo bélico han desaparecido para ceder su puesto a sentimientos más cordiales, las mujeres argentinas, en lugar de lanzar al mundo aquella altiva expresión de su encono hacia el extranjero, hacen circular entre las naciones civilizadas de Europa y América, un amable folleto, en cuya carátula –y al amparo de una efigie de mujer, cuyo lema dice sencillamente “trabajemos” — que una asociación de mujeres egresadas de las aulas universitarias, convoca a un Congreso Femenino Internacional, acontecimiento con el que pretende ofrecer un homenaje a la fecha gloriosa de la independencia de su patria.

La evolución es lógica: si las mujeres de hace un siglo, ofrecían a la causa nacional la contribución que debía doblar el número de sus soldados dispuestos a morir o a matar, las de la hora presente le traen la contribución de su trabajo, que de doblar el de sus ciudadanos útiles, dispuestos a vivir y a hacer la vida posible, y buena para todos. Si las dignas patricias de 1810 ofrecían al mundo un alto ejemplo de valor y abnegación no rehusando un lugar en el peligro, junto a sus esposos y a sus hijos, las de 1910 no lo dan menos, aceptando la responsabilidad de un acto que se intenta por primera vez en el país y del que entienden que puede depender la importancia que en lo sucesivo se acuerde a la causa de las mujeres.

La América latina es quizá la que menos derecho tiene a reivindicar para sí, el mérito de haber encaminado el movimiento feminista que en la actualidad cuenta con otros países del mundo, no sólo con un ejército de afiliadas convencidas de su derecho sino, lo que hubiera parecido más difícil hace medio siglo, con ardientes defensores entre los hombres, cuya malquerencia hacia esa tentativa emancipista, se ha invocado siempre como el principal obstáculo para su triunfo.

Pero no porque haya dejado de estimular la acción de la mujer en los países latinoamericanos, ha faltado ésta en absoluto, y por lo que se refiere a nuestro país, puede afirmarse que el feminismo tan repudiado (y a veces por las mismas que lo practican) pugna por abrirse camino aun desde antes que ese nombre hubiera sido aceptado por el consenso general.

Si por feminismo ha de entenderse la acción inteligente y bien intencionada de la mujer que, compenetrándose de su papel trascendental en la sociedad, no quiere vivir una vida de egoísmo tranquilo pero estéril encerrada entre las cuatro paredes de su casa, sino que intenta irradiar su influencia fuera de ella, sea contribuyendo al mejoramiento material de la sociedad, cooperando a su elevación intelectual, suavizando los dolores ajenos, dulcificando las costumbres, o embelleciendo la vida por la influencia del arte, propagando ideas sanas, amparando al niño, defendiendo el derecho del débil, o simplemente preocupándose de hacer de sí misma, un ser capaz de empuñar la vida, en lugar de un cuerpo inerte abandonado a su correntada, ¿quién podría negar que aunque no en la medida que lo necesitaríamos y que lo deseamos, esa tendencia empieza a manifestarse y lucha por crecer a medida que se afirma en la mujer la conciencia de sus derechos y sobre todo, de sus ineludibles deberes como tal?

Y si no, recuérdese que desde Rivadavia está casi exclusivamente en manos de la mujer la beneficencia que ha derramado el bien a través de todo el país, asumiendo las formas más variadas; que desde Sarmiento, es árbitro de la educación de la infancia; obsérvese cómo, impulsada algunas veces por la razón económica, llevada otras por su legítima aspiración de mejora, ha ido abrazando todas las ocupaciones y penetrando en todas las profesiones, aun en aquellas que reclaman una concentración de que se la había creído incapaz.

Sino por el número, a lo menos por la calidad de sus exponentes, la mujer argentina tiene el derecho de reclamar un sitio honroso para sus educacionistas, sus redactores de periódicos, sus médicas, sus artistas y para sus trabajadoras en fin, que en el laboratorio, en el taller o en el seno de las asociaciones filantrópicas, hacen obra profundamente feminista, mal que pese a algunas oírse así calificadas, porque entendemos que trabajan por levantar el nivel material y moral de su sexo, y eso y no otra cosa, es el feminismo.

Así interpretado el movimiento que gana cada día nuevas posiciones. Cierto que no puede contar con un solo adversario; porque ¿dónde encontraremos un espíritu por timorato que pudiéramos suponerlo, que se declare en pugna con la felicidad y el ennoblecimiento de la especie humana? ¿Quién ha de ser tan ciego o tan empecinado que se niegue a admitir un factor concurrente cuando se trate de hacer subir un tramo a la sociedad en el concepto del mutuo servicio y de la simpatía?

He aquí, por qué el feminismo ha avanzado tan rápidamente. El secreto resorte que le da impulso, es más fuerte de lo que muchos suponen y tiene energías aún no puestas totalmente en juego, pero que serán sin duda la razón de sus triunfos cada vez más conscientes.

Y digo conscientes para significar que si ofuscaciones pasajeras de que son susceptibles todas las masas empeñadas en llevar adelante un principio, han podido inducir a algunos en la creencia de que el feminismo levanta una bandera, bajo cuyos pliegues, la familia en lugar de estrechar sus vínculos los repudia, corresponde a la mujer demostrar el error de tal creencia, pues de lo contrario habría que perder la fe en un movimiento absurdo que busca su base fuera de los instintos naturales que son a la sociedad, lo que el orden al universo.

Por el contrario, el feminismo es grande precisamente cuando se apoya en la familia; he aquí por qué lo defendía Compte, para quien la mujer, más hábil que el hombre en mantener tanto el poder intelectual como la voluntad subordinados al sentimiento es la intermediaria natural entre la humanidad y los individuos, encargada de sostener por su mediación directa y constante, la afección universal que flota en medio de las distracciones y desvaríos del pensamiento y la acción, y que sin ella separan a los hombres de su benéfica influencia.

Nadie puede negar que la mujer ha intervenido siempre y de una manera activa y apasionada, en todos aquellos movimientos de un altruismo más grande y trascendental que en épocas dadas sacudieron al mundo y cambiaron radicalmente la condición de los hombres.

Cuando el Cristianismo, oponiendo su doctrina de benevolencia y perdón, a la crueldad y a la injusticia del fuerte, levantó contra sí el furor de los grandes, la mujer es quien con sus emperatrices lo difunden en los Estados que gobiernan y con sus mártires eleva sobre la materialidad grosera de las creencias populares, la purísima idealidad de su credo.

La fuerza representada por ellas, es la que hace exclamar a Libanius al estudiar el por qué de la derrota de Julián el Apóstata en su empeño de volver la sociedad al paganismo. “¡Qué mujeres tienen estos cristianos!”.

Cuando para sacudir la angustia de la tiranía feudal, ante la cual el individuo representa tan poco, en Europa entera se levanta un grito de protesta contra el antiguo régimen, la mujer no vacila en ofrecer su seguridad, su patrimonio y hasta su vida, por el rescate de los derechos del hombre, hollados y desconocidos.

Cuando en los Estados Unidos fue sonada la hora de preguntarse hasta cuándo subsistiría la abominable distinción entre hombres libres y esclavos, sin que para autorizarla pudiera invocarse otra cosa que el color de la piel, las mujeres de la Unión fueron las primeras en tomar la defensa del débil, y a una mujer, se debe, que con su obra La Cabaña del Tío Tom, se iniciara la campaña por abolir esa institución infamante.

El espectáculo inicuo de la guerra entre los pueblos por defender principios convencionales de honor nacional, vacíos de sentido humano, ha despertado en la mujer antes que en el hombre, el horror unido al vehemente deseo de concluir con ese resto de antigua barbarie. De boca de una mujer la baronesa de Suttner, ha oído el mundo por primera vez el grito de “¡Abajo las armas!”; y en este mismo año el premio Nobel ha sido discernido a Selma Langerlof, cuya obra llena de humanismo dulce y consolador, es un verdadero salmo al amor y a la paz.

La campaña antialcoholista, destina a trabajar por el mejoramiento físico de la especie, impidiendo la degeneración y el sufrimiento con que por lo general grava a seres inocentes, y que en Nueva Zelanda, Estados Unidos y Noruega, ha conseguido triunfos tan notables, es allí obra casi exclusiva de las mujeres.

Y si bien, si para afianzar en el mundo el reinado del amor y la igualdad, de la salud, de la paz y de la justicia, fuera necesario conceder a la mujer todos los derechos ¿qué espíritu equilibrado y qué corazón bien puesto tendría la fuerza de negárselos?

Pero no se trata por el momento de traer a cuento los derechos que a la mujer corresponden. El Congreso Femenil Internacional ha creído que ante todo debe llamar la atención de aquélla, hacia sus deberes. Nada explica mejor los propósitos que han impulsado su convocación, que el artículo segundo de las Bases de organización:

El Congreso Femenino Internacional se propone:

1º Establecer lazos de unión entre todas las mujeres del mundo;

2º Vincular a las mujeres de todas las posiciones sociales en un pensamiento común: la educación e instrucción femeninas;

3º Modificar prejuicios, tratando de mejorar la situación social de las mujeres y exponiendo su pensamiento y su labor, para poner de manifiesto las diversas fases de la actividad femenina.

No podía en efecto, haberse encontrado mejor los puntos de apoyo para una empresa de este género.

Las diversas corporaciones que se han formado con el propósito de llevar adelante cualquier idea de interés para la causa de la mujer, han sentido y hecho sentir la necesidad de una vinculación más estrecha entre todas las mujeres que trabajan por ideales afines, como un medio de simplificar y hasta de hacer posible la tarea, por la concurrencia de esfuerzos.

El Congreso quiere que las mujeres de la Argentina aprovechen de las sugestiones y experiencias que puedan aportarles las mujeres de otros países, porque no lo ciega un patriotismo absurdo que le impida reconocer que en muchos respectos las aventajan. Pero como está sinceramente convencida de que en la Argentina se trabaja también por elevar el concepto del feminismo e imponerlo a la simpatía general, espera que la voz de sus mujeres ha de traer al debate, elementos de utilidad general.

Ese intercambio fraternal de sugestiones y de sentimientos, no sólo permitirá poner en relación a las mujeres de nuestro país con las del resto del mundo, sino que nos vinculará entre nosotras mismas, impidiendo que instituciones que hacen obra de un altruismo innegable, se estrellen en sus esfuerzos, faltas de la cooperación que por sí sola es capaz de hacer milagros.

Oímos todos los días a las madres que viven consagradas al cuidado y educación de sus hijos, lamentarse de que su acción no resulta todo lo eficaz que pudiera porque la escuela o la sociedad no las secunda en el mismo sentido en que ellas trabajan.

Por su parte, los maestros, no escatiman cargos al hogar que según ellos no coopera siempre a la obra de la escuela, a la que a veces es contraria. Las mujeres que pugnan por difundir los altos ideales artísticos, o por propiciar entre los demás estudios serios, se quejan de la indiferencia con que se reciben sus esfuerzos y de la fría acogida que se hace a sus producciones.

Las que luchando bravamente con la vida, se abren camino merced al propio trabajo, no siempre encuentran la consideración que su entereza merece. Las que sintiéndose dotadas de disposiciones especiales, rompe con el hábito, para lanzarse a los altos estudios profesionales, no se libran de ser miradas algunas veces, por quienes más timoratas, o menos capaces, prefieren vivir una vida de privaciones antes que seguir los pasos de aquellas, como excéntricas deseosas de notoriedad, cuando no de títulos sonantes y de honores.

Y para no citar más, las que ante el espectáculo de la gran suma de bien que aún queda por realizar para mejorar la condición social, organizan ligas y asociaciones en las que saliéndose un tanto de las fórmulas consagradas de la beneficencia, se estudien y debatan las cuestiones sociales, ¿encuentran en los mismos en cuyo favor trabajan, la cooperación y la confianza que merecerían; y encuentran siquiera en la masa general de las mujeres cultas, el apoyo y la ayuda que conforta?

He aquí pues, como fuerzas que por sus fines son concurrentes, se anulan o a lo menos se desencuentran, esterilizando mutuamente sus esfuerzos en medio de la indiferencia cuando no de la desconfianza y la burla.

Pues bien: el Congreso Femenino Internacional, intenta echar un puente entre las mujeres de todas las posiciones sociales, entre las obreras de todos los gremios, entre las que trabajan en el silencio del hogar y en la acción militante de las asociaciones.

Llama a su reino a las mujeres de ciencia, a las artistas, a las maestras, a las industriales, a las madres de familia, a todas las mujeres en fin, de buena voluntad que en otra forma se interesen por los problemas sociales.

En su programa ha dado cabida a todos los asuntos de interés humano y para proponerlos no se necesita estar afiliado a ninguna secta determinada no profesar ningún credo. No opone ninguna restricción, ni hace distingos que no sean los del mérito personal.

No es católico, ni liberal, ni socialista, no conservador; no persigue reivindicaciones violentas, ni pretende cambiar radicalmente el orden establecido; es simplemente femenino, lo que significa que se propone exponer los intereses de la humanidad por boca de las mujeres.

Es necesario reconocer que se ha procedido con acierto y con entero convencimiento de las necesidades en países como los de América –al elegir como eslabón que vincule el pensamiento de las mujeres, la educación y la instrucción femeninas en todos los órdenes de la vida y teniendo como fin el acrecentamiento de la felicidad en la familia, en la sociedad y en la raza.

Sin duda que estamos hoy a gran distancia de aquella época en que podía aceptarse y tenerse por sabio el precepto de san Pablo: “Que la mujer obedezca, sirva y calle”, y de aquella en se consideraba que fuera de las ocupaciones puramente domésticas, era peligroso permitir que la inteligencia femenina se ejercitase libremente.

Pero aún cuando estemos todos conformes en reconocer que su campo de acción más propicio y en el que más a gusto puede encontrarse, es el del hogar, la observación demuestra claramente que sólo está en condiciones de desenvolverse en él con acierto y conciencia, aquella mujer cuya preparación no ha descuidado ninguna de las diversas fases de su ministerio.

El ideal de la mujer digna de la enorme responsabilidad de formar y dirigir una familia, sólo se alcanzará cuando los encargados de prepararla tengan en cuenta que debe dársele una educación integral especialísima, que haga dueña de un organismo equilibrado, rico en fuerzas y capaz de reaccionar ampliamente contra el dolor, la fatiga y los mil contragolpes a que su situación en la familia la expone; un organismo que se sienta para integrante de la naturaleza, amante de sus bellezas, cuyos secretos y cuya profunda sabiduría ha penetrado; un organismo en fin, bien provisto de fuerzas defensivas, merced a las cuales no sólo sea capaz de protegerse a sí propio, sino también a los seres más débiles, que la naturaleza ha puesto a su cuidado.

Si hoy pasa por herejía y antifemenino, para emplear la expresión de Bebel, el que una mujer posea fuerza física, valor y resolución, sin que sepa negarse que con tales cualidades podría defenderse de muchas injusticias y sinrazones no está lejano el día, tal vez, en que, se mirará como un atentado social el que, desdeñando la educación física, se trabaje en desenvolver de una manera exagerada la sensibilidad femenina, de suyo aguzada por un prolongado ejercicio durante muchas generaciones.

Mientras el concepto de la educación femenina no se haga evidente, la sociedad no tiene el derecho de reprochar a la mujer cuando revela sentimentalismos morbosos de los que la primera víctima es ella misma y en seguida la familia, para la que en lugar de ser un miembro útil es un enfermo caprichoso que hay que complacer.

No tiene tampoco el derecho de reprochar que sea presa fácil de la superstición y el fanatismo que recluta sus elementos entre los seres débiles de temperamento impresionable y sensibilidad desordenada.

Los que se preocupan de la educación femenina, no deben perder de vista que, siendo la mujer la que imprime su fisonomía al hogar, la que obra sobre la sociedad entera, transmitiéndole sus ideales y sus virtudes, así también como sus flaquezas, será poco todo lo que se haga por formar en ella, desde temprano los resortes de un carácter íntegro, enérgico y sincero, capaces de resistir a que los falseen la vanidad, la ambición o el temor que engendran la hipocresía, máscara tras la cual se acomodan tan bien todas las caricaturas de la virtud.

Sería inoficioso aquí querer demostrar hasta qué punto padecen error, los que sostienen que la ignorancia favorece en la mujer las virtudes domésticas. Sin hablar de la pobre compañía que ella representa para el hombre, cuya obra dificulta privándole de la ayuda inteligente que tendría derecho a exigir en la resolución de los mil problemas cotidianos que ambos interesan, la ignorancia de la madre, se convertirá por lo menos en una causa de retardo para el hijo malogrando los esfuerzos que se hagan más tarde por su educación. Porque no habrá recibido con la sangre ese germen selecto que, desgraciadamente, no se puede inocular como la vacuna.

Mientras padres, educadores y gobernantes no se penetren por completo de su deber social, con respecto a la formación de las mujeres, será forzoso que éstas deban soportar el equívoco de recibir recriminaciones cada vez que la colectividad compruebe en sí misma una falta cuyo origen está en la familia, y de no poder reclamar el derecho a asumir tal responsabilidad supone. ¡Caso único en que se hace recaer sobre una parte de la humanidad, la misma que ésta ha dado en llamar débil, la culpa de que, en verdad de verdades, es ella la mayor de las víctimas y quizá no la menos inocente!

Mientras un concepto más racional de lo que debe ser la educación femenina, no se arraigue en los pueblos, tendremos que soportar la injusticia de que la sociedad moteje a las mujeres su frivolidad que estimula con elogios exagerados, su debilidad que aplaude como un encanto más y que la lleva a desdeñar todo esfuerzo, su versatilidad que fomenta inspirándole la idea de que no se han hecho para ella los estudios serios, su inconsecuencia que prepara haciéndole una moral para su uso exclusivo, formada casi en absoluto de convencionalismos y miramientos sociales; que se la considere como una carga para el hombre que no ha sabido hacerla más útil, y que se la culpe de que, como madre no haya dado al hijo, pese al amor, y consagración que le destina, una voluntad que sabe lo que quiere, y un corazón que no ignora por qué siente.

Pues bien, el Congreso Femenino Internacional ha creído, como lo creen ya muchos, que si la educación femenina no ha avanzado aún todo lo que pudiera, es porque la mujer misma no se ha propuesto seriamente conseguirlo, sin duda porque aún no se ha detenido bastante a pensar que esa ha de ser la condición que el mundo ponga a la emancipación femenina.

Alguien ha dicho que el individuo no es libre porque las leyes le declaren tal, sino porque siente en sí mismo la conciencia de su personalidad. Nada más exacto en lo que se refiere a la mujer: ella será libre y sólo entonces responsable, cuando surjan de lo íntimo de su voluntad, la fuerza de usar de su derecho y el valor de asumir de deber ante el mundo.

Trabajar en ese sentido, debe ser el empeño de todas las mujeres; iluminar la conciencia femenina, rectificar su juicio y dar solidez a sus sentimientos, no es hacer obra egoísta, sino altamente humana y regeneradora.

Nuestro congreso se propone pues, contribuir a la obra de la emancipación de la mujer, entendiendo que en ese propósito va envuelto el convencimiento de que la libertad no supone poder hacer todo cuanto se requiere, sino saber querer todo cuanto se debe.

Para llegar a ese fin, que es sin duda, el de un perfeccionamiento muy elevado, la mujer tiene aún que recorrer un camino de regular extensión, camino que el hombre ha recorrido ya en gran parte y que empieza a ser mirado con menos desconfianza por las mujeres mismas. Es necesario que mire de frente a los problemas de la vida, que una educación equivocada se ha empeñado en ocultarle siempre tras un velo de idealidades efímeras cuyo desvanecimiento trae aparejados el desencanto y la desesperación.

De estos problemas, el más inmediato y también el más crudo, es la situación económica de la mujer; y he aquí un problema sobre el que las opiniones están enteramente divididas. Quienes con una convicción que nada quebranta, sostienen que toda acción femenina fuera del hogar, es perniciosa y hasta disolvente, quienes encarando la cuestión desde otro punto de vista arriban a conclusiones opuestas. Aun sin sostener ninguna de las tendencias antagónicas no es posible dejar de reconocer que sea cual fuera el campo en que las actividades femeninas se ejerciten, ellas pueden responder a dos causas: o a la razón económica que impulsa a los seres todos a mejorar su condición y la de los suyos, a la necesidad y el deber que se siente de contribuir con sus propias energías o talentos a mejorar la situación de los demás.

Ambas razones, consideradas con criterio sereno y ecuánime bastan para hacer enmudecer cualquier objeción en contra de la libertad de trabajo concedida a las mujeres.

Por el contrario, la tendencia de toda sociedad sana que aspire a levantar su nivel material y moral, debe dirigirse a favorecer en los seres sin distinción de edad ni de sexo, el despertamiento de las facultades activas capaces de procurarles los medios de bastarse a sí mismos; y los que se interesan por el progreso del feminismo, deben inscribir como primer propósito de su programa, el conseguir que la situación de la mujer se ponga en el mundo entero sobre el pie de la independencia económica, única que permite la libre y digna ejercitación de la personalidad.

Pretender que la mujer se substraiga a la ley del trabajo no es sólo inhumano, sino antinatural. El trabajo, del que participa la naturaleza toda, desde el grano que germina bajo la tierra, hasta los astros que revolucionan en el espacio, es fuerza, es salud, es alegría, es la vida misma de la que no se tiene el derecho de privar a nadie.

Si ha de estimularse el trabajo de la mujer, no es un deber menos imperioso protegerla en él, defender los intereses de las que no los ven aún muy claros, substraer del abuso a las que por su debilidad constituyen elementos de explotación, velar porque la higiene y la medida presidan el trabajo femenino, ayudar a las que o poco hábiles o demasiado tímidas, se descorazonan y entregan a la miseria, velar por los jóvenes para quienes el trabajo puede ser una ocasión de mil asechanzas, y en una palabra, hacer posible, llevadero y proficuo el trabajo de las mujeres en todas las formas a que se aplique.

El trabajo femenino como el del hombre puede aplicarse a empresas diversas y también a especulaciones elevadas del espíritu.

Dejemos de lado la teoría tan traída a cuento de la inferioridad mental de la mujer, basada en absurdas deducciones que se han querido fundar en las dimensiones del cráneo y el peso del cerebro; la Fisiología ha dado ya su desmentido a tal argumentación y si no lo hubiera hecho, habría bastado la mujer a dársela. Pero admitamos como un hecho probado que el intelecto femenino, no ha dado en las ciencias, las letras, las industrias y las artes, un número equivalente de genios, al que ha dado el del hombre, o en otros términos que la mediana del talento de la mujer, es inferior a la mediana del talento del hombre.

A esa consideración nada podría oponerse con más justicia que la sencilla fórmula de Lamarck: “La función crea el órgano”. “No me imagino — dice Feuillée — una Shakespeare, una Hugo, una Aristóteles, una Wagner con polleras”, a lo que contesta Lourbert: “Cierto que tal vez genios idénticos no se hayan producido entre las mujeres, ¿ pero no se han producido genios femeninos equivalentes de ternura, de gracia, de misticismo, de abnegación y de desinterés?”. Cuestión de dirección y de temperamento.

La verdad es que sea cual fuese la causa, la mujer no ha podido aún dar expresión a todo lo que su espíritu es capaz de concebir y combinar; la sugestión y sobre todo cuando ella proviene de la masa, es muy poderosa sobre el individuo. Júzguese cual debe haber sido su influencia sobre la mujer, a quien siglos de generación han venido repitiéndole que no ha nacido para genio sino para tener en orden la casa y nutrir a los hijos.

Pero aún sin llegar a los genios que entre los hombres mismos no han sido muchos, queda toda la contribución de la inteligencia superior de la que la sociedad desperdicia una buena parte, al mantener a las mujeres alejadas del estudio. Si es indudable que la inteligencia femenina tiene sus características, su manera propia de ver y juzgar, si sus creaciones ofrecen fisonomía distinta a las del hombre, considérese lo que ganará la humanidad el día en que a las obras de éste, a sus invenciones y perfeccionamientos, se alíen los de la mujer, produciéndose por su combinación obras múltiples que no reflejen ya el ideal de una parte del género humano, sino el de la humanidad toda. Con razón ha podido decirse que cada inteligencia femenina que se pierde, importa un empobrecimiento para la civilización.

Con el pretexto de que la mujer no está preparada para otra actuación que la que tiene en el hogar o con el no menos fundado de que, sacarla de él es desvirtuar el concepto de su misión en la tierra, la legislación ha olvidado a menudo que su principio debía ser la igualdad de cargas y derechos para todos los seres. La injusticia ha empezado a hacerse sentir desde el hogar, donde la mujer, ha ocupado generalmente una posición dependiente con respecto al hombre, consecuencia de su falta de independencia económica. De tal modo de considerar a la mujer, han nacido las consecuencias lógicas de no juzgarla capaz de disponer libremente de sus bienes, ni apta para atestiguar, ni digna de ejercer la tutela, función sin embargo, íntimamente relacionada con su instinto y condiciones de madre.

Y sin embargo, ¡cosa curiosa! Mientras se restringe la esfera de su responsabilidad al aminorar sus derechos a la libre acción, en lo que se refiere al delito la sanción penal y la social, no le conceden los atenuantes que se acuerdan al menor y al inconsciente, a cuyo nivel se la coloca en muchos respectos. La miseria, el temor a la condenación social, la ignorancia y el ocio, son acaso los factores que determinan los delitos más comunes en las mujeres. La dependencia económica en que vive con respecto al hombre, las arrastran en muchos casos a la indiferencia moral que endurece el sentimiento de la dignidad personal.

A la sociedad corresponde, pues, recordar que toda legislación para ser justa, debe compensar lo que exige, con lo que acuerda.

Las reivindicaciones que el feminismo persigue están como se ve, basadas en el derecho natural de los individuos: la libertad del trabajo, los beneficios de una educación amplia, una legislación basada en la equidad, y el derecho a interesarse por las cosas y los seres que le rodean, son aspiraciones legítimas que alcanzadas, permitirán a la mujer realizar por completo su obra de elevado humanismo.

Y los que temen que tal emancipación, pueda ir en contra de la institución doméstica, sepan que a través de todas esas conquistas, la mujer sólo ve un triunfo absoluto: el de su condición de madre, que elevando el concepto de la maternidad a un punto de vista más abstracto y general, ya no se fía sólo de su instinto, hasta el presente única norma en tan difícil empresa, sino que pretende asentarlo sobre la base de las grandes leyes científicas que de más en más rigen todos los fenómenos humanos.

La mujer del futuro, así formada, tendrá la visión neta de los principios inmutables de moralidad que revelan el acrecentamiento de la simpatía entre los seres y el afán constante de alcanzar la verdad de que la ciencia marca las etapas; sentirá la convicción de que el mundo evoluciona hacia la sinceridad. Y después de haber ensanchado los límites de su espíritu y de haberse convencido de que su función ineluctable y esencial es la de ser educadora por la carne y por el sentimiento, se inclinará sobre el niño y derramará su alma cargada de experiencias y de amor, en esa joven alma que es la vez su obra y su razón de ser en la tierra. Ese día, su ternura no será susceptible de extravíos no cegueras, pero en cambio será más firme y más dulce, más sagaz en penetrar los corazones que se resisten a la brutalidad y al egoísmo; y ese día su triunfo será grande y su satisfacción inmensa porque su instinto de maternidad que no sacia el amor del propio hijo, ¡habrá sabido encontrar las formas de cobijar bajo sus alas a la humanidad entera conquistada al credo del cariño!

He aquí por qué el Congreso Femenino Internacional ha querido incluir en su programa, todos los asuntos que de una u otra manera concurren para preparar el advenimiento de una era en que la mujer siendo más dueña de sí misma pueda tener una acción más intensa en la sociedad. Y por eso en sus sesiones se tratarán temas de Derecho, Sociología, Ciencias, Educación, Artes e Industrias.

Es sin duda satisfactorio poder comprobar que una iniciativa desinteresada de esta índole, ha encontrado eso simpático en las mujeres en general. No bien el Congreso Femenino Internacional, hizo circular su primer boletín, afluyeron a Secretaría numerosas adhesiones y trabajos respondiendo a los temas propuestos. De Lima nos envían estudios sociológicos sobre la legislación aplicada a la mujer, de Italia sugestiones para la organización de los orfanatorios, para la de colonias de vagabundos, así como estudios sobre la condición de la mujer Italiana, y votos porque el congreso haga propaganda a favor de la paz y el arbitraje, aun para las cuestiones personales, propiciándola dentro de la escuela como una enseñanza. De España, una doctora en medicina, remite un trabajo sobre la mujer médica; del Callao otra mujer envía uno, sobre la misión y porvenir de la mujer; de Matucana, se reciben dos: uno referente a la condición de las obreras y otro sobre la condición económica de la mujer; de Chile llegan numerosos trabajos sobre educación en Santiago, concurre personalmente al Congreso, trayéndonos el proyecto de una Liga internacional americana de mujeres. Se reciben adhesiones y conclusiones de mujeres del Uruguay, Paraguay, Santo Domingo, y Cuba. Se inscriben al Congreso educacionista, periodistas, y universitarias de Hamburgo, Berlín, París, Rusia, Nueva York y Zurich, enviando frases de aliento y votos de confianza; y mujeres altamente colocadas en el concepto universal tales como Mme. Curie, Ada Negri y Hellen Key, aceptan gustosas los cargos de miembros honorarios, o comisiones de propaganda en sus respectivos países.

Por último, las argentinas, responden ampliamente al llamado y desde Jujuy y hasta el Chubut, maestras, madres de familia, asociaciones femeniles y mixtas, escuelas primarias y normales en masa, se incorporan al Congreso enviando conclusiones y monografías que revelan una labor paciente y bien inspirada.

Una observación del momento; al reproche que generalmente se hace a las mujeres ilustradas de que su inteligencia se diluye en un mar de literatura poco sustanciosa, opondré un hecho concreto que vale una refutación elocuente: la literatura está casi ausente de nuestro Congreso; baste decir que para la sección Letras sólo se han recibido dos trabajos, que contrapuestos a las conclusiones sobre educación que pasan de cien, a las de sociología que no bajan de cuarenta y aun a las de ciencia que son más de veinticinco, demuestra sin necesidad de comentario que a lo menos esta vez, aquel cargo es gratuito.

El conjunto de labor acopiada, el interés despertado dentro y fuera del país con respecto al Congreso, No han sido sin duda obra de un día ni tarea insignificante: pero esa empresa se ha simplificado gracias a la intervención inteligente y oportuna de algunos miembros de la Comisión ejecutiva, a los que sin desconocer la labor e interés de los demás, hay que recordar especialmente en este momento.

En ese número merecen recordarse la Srta. Emilia Salza, organizadora de los primeros trabajos, la Srta. Sara Justo que en su viaje por Europa trató de ganar elementos de cooperación para nuestro Congreso y las doctoras Eyle y Lanteri que tuvieron a sus cargos el trabajo material de darle forma.

Hay que creer que un Congreso que se reúne bajo tales auspicios de labor desinteresada, de entusiasmo y desprendimiento lleve en sí los mejores elementos para hacer obra sana, reposada y útil. Esta fe es la que nos trae en la fecha gloriosa que hoy conmemora el país, con el deseo de colaborar, no en el engrandecimiento personal, sino en la obra general de que ha de aprovechar la sociedad, lo mismo las mujeres que los hombres, las madres al par de los hijos, las clases elevadas tanto como las humildes, los extranjeros con igual amplitud que los nativos, porque el Congreso Femenino Internacional entiende que debe defender los principios de un feminismo generoso y no obcecado, de un feminismo simpático porque no va en contra de ninguna secta ni creencia, por lo mismo que tampoco se abandera bajo ningún principio absoluto como no sean los de la justicia y la felicidad humana.

El Congreso Femenino Internacional espera dar al mundo un alto ejemplo de sinceridad y de unión; lo animan los sentimientos más conciliadores y la moderación con que sin duda ha de producirse en el debate de los temas propuestos, mostrará que la mujer está preparada ya para algo más que para ser un instrumento, si es cierta aquella frase de que la primera condición para el gobierno, es el gobierno de sí mismo.

Y ahora, sólo me resta saludar en nombre de la Comisión organizadora del primer Congreso Femenino Internacional reunido en la Argentina a las delegadas extranjeras que han dejado sus atenciones para venir a reunirse, a las compañeras del interior que se asocian a la obra común y a las personas que nos honran con su interés y nos estimulan con su presencia.

 

 

Fuente: Primer Congreso Femenino, Buenos Aires 1910. Historia, Actas y Trabajos, pp. 53-69.