Los Derechos Políticos de la Mujer
en el Uruguay y en la Vida Internacional
5 de diciembre 1929 — El Meetin Público, Salón de Actos, La Academia de Ciencias, Uruguay
Señoras mías, señores:
El 25 de abril de 1917, en este mismo Salón de Actos de la Universidad ocupado entonces por la Asamblea Nacional Constituyente, un grupo de mujeres, muy reducido ciertamente, pero tan decidido como escaso, nos presentábamos por primera vez en la historia de nuestro país para afirmar, en forma reposada y serena, la aspiración de la mujer uruguaya a participar en la vida política de la nación.
Aquellos 52 nombres de mujeres al pie de la sencilla nota causaron sensación. Van pasando desde entonces trece años. La sorpresa causada por las pretensiones femeninas se ha desvanecido. La idea se ha hecho carne. Ya no son 52 nombres. La conciencia de la mujer uruguaya se ha despertado.
Lo que fue deseo de emancipación femenina se [ha] hecho voluntad. La mujer de 1929 no tiene recelo en defender sus convicciones y en reclamar resueltamente los derechos que le corresponden y la participación que le pertenece en la vida nacional.
Es para afirmar nuevamente esa voluntad nuestra, mujeres conscientes de nuestra personalidad y de nuestros derechos, como lo somos de las responsabilidades que ellos entrañan, que nos encontramos reunidas aquí, en este día.
En 25 países, las mujeres han conquistado el lugar que les corresponde, de iguales ante las leyes a sus compañeros, con los mismos derechos y las mismas prerrogativas, también con equivalentes deberes. Más de 80 millones de mujeres se encuentran hoy habilitadas para manifestar su voluntad en los comicios, al igual que los hombres.
En 35 países. 23 de Europa. 3 de América, 3 de Asia, 4 de África y 2 de Oceanía. las mujeres gozan de sus derechos políticos, totales o parciales. Hasta en el vecino Brasil, el Estado de Río Grande do Norte acaba de reconocerlos a sus mujeres.
La mujer uruguaya está en absoluto desposeída de ellos. ¿Será acaso inferior a la nativa riograndense, menos consciente, menos culta. más incapaz? ¿Serán las mujeres uruguayas menos dignas de ejercerlos, que los 80 millones de americanas, inglesas, belgas, griegas, chinas o españolas?
Por que la misma España, bajo su régimen de fuerza, ha reconocido a sus mujeres, parte de sus derechos políticos y ha llevado a once de ellas a la Asamblea Nacional. Es bajo un gobierno de hecho ciertamente, pero no lo es menos, que la misma dictadura ha reconocido de esta manera la legitimidad de la colaboración política de la mujer.
Yo he visto a la concejala española entregada a las obras de asistencia social; he visto a la burgomaestra belga organizar la defensa de la ciudad frente al enemigo; he visto a la inglesa dictando sentencias en su Juzgado de Paz; a la rumana redactando ordenanzas edilicias y agrarias; he visto a la rusa Ministro Plenipotenciario en la persona de Alejandra Kolontai y en Rosika Swimmer a la del Representante Diplomático de Austria. He visto en la Comisión de Mandatos de la Liga de las Naciones, donde se ventilan asuntos internacionales candentes, a la jurisconsulta sueca, y a la mujer inglesa en la Conferencia Económica de 1927 en Ginebra; y las he visto a todas, australianas, suecas. noruegas, danesas, inglesas, africanas del sur, rumanas, formando parte de las delegaciones oficiales en la Asamblea de la Sociedad de las Naciones; he visto a una de ellas presidir la 5.a Comisión de la Asamblea en su casi totalidad formada por ministros y diplomáticos y he visto a otra al frente de la delegación de su gobierno en la Conferencia Internacional del Trabajo.
Y vi a Margaret Bonfield en sus funciones del Ministro del Trabajo en Inglaterra; a mi colega Nina Bang en la Cartera de Instrucción Pública danesa, a Nelly Taylor Ross gobernando el Estado de Wyoming, en Estados Unidos, ¡llevada a ese alto cargo por el voto popular! . . .
Las he visto elevar la condición de la mujer en el trabajo; dar a la madre la tutela de los hijos igual que al padre; combatir la prostitución y concluir con la trata de mujeres en Australia; crear tribunales especiales para niños con un jurado mixto; votar subsidios familiares a las madres proletarias; elevar la edad de consentimiento en los delitos contra la moralidad; reglamentar los espectáculos cinematográficos para niños; combatir el alcoholismo; establecer cajas de seguros para la maternidad; ocuparse de cuestiones financieras; asegurar la independencia económica de la mujer casada, y luchar para conservarle su nacionalidad; proponer y votar benéficas leyes sociales diversas y numerosas: legislar sobre el niño abandonado; sobre la obligación del padre ilegítimo a las cargas de la infancia; proponer leyes que obliguen al hombre a la indemnización equitativa para los gastos extraordinarios que sobrevienen a la madre con la venida al mundo del hijo que ambos engendraron.
Yo he conocido la hazaña sobrehumana de aquel grupo de mujeres reunidas en La Haya en 1915 en plena guerra, para conjurar a los hombres que cesaran su matanza despiadada. Clara Zetkin llegando en avión desde Alemania después de burlar la vigilancia de las autoridades; Juana Duchénne viniendo de París bajo el peso de una condena a muerte por traición a la patria; Christal Mac Millan perseguida por las autoridades inglesas; a Emily Bolch expulsada de su país y sus bienes confiscados. Yo las he visto reunidas en La Haya para gritarles desesperadamente a los hombres enceguecidos por la sangre: ¡PAZ!
Yo recuerdo la escena emocionante que nos arrasó de lágrimas los ojos, cuando aquellas dos madres enlutadas, llorando a sus dilectos caídos ambos en los campos del Mame, se tendieron las manos temblorosas en nuestro Congreso de Ginebra en 1920. París y Berlín llorando a sus hijos. ¡Francia y Alemania confundiendo sus sollozos de madres, estrechaban sus palmas!
Sólo la mujer es capaz de sentir en el desgarramiento de sus entrañas, el odio salvaje y profundo hacia la guerra. ¡Sólo ella puede alimentar en su corazón sangrante y temeroso la vida tan frágil del árbol de la Paz, porque solamente ella sabe cuánto dolor y cuánto sacrificio, cuánta desolación y cuánta angustia, cuánta miseria y cuánto desastre, encierran en sus almas de acero las ametralladoras y los cañones!
Y hasta las lágrimas de Jeanette Rankin, la primera mujer diputado en el Parlamento Federal de Norte Amérca, son de uña sugestiva enseñanza. Jeanette Rankin votando ¡con sollozos ! los fondos de guerra de los Estados Unidos, en 1915.
Mas, me ban observado algunos, el Uruguay los hombres legislaron ya sobre aquellos tópicos que son la preocupación de las mujeres… y me dijeron v. gr. de la ley sobre investigación de la paternidad y sus obligaciones consiguientes… ¡Bien lo sabemos!… ¡Demasiado! Que de haber habido una sola mujer en nuestro Parlamento ¡no se habría sancionado la iniquidad que encierra el artículo 277 de nuestro Código Civil!
¿Qué mujer habría tolerado que a cambio del mendrugo que el padre le arroja para sostener al hijo, tenga luego aquél el derecho de quitárselo a la madre cuando la criatura alcanza a los cinco años?
Podrían multiplicarse los ejemplos . . .
Días pasados, discutíase en nuestro Parlamento el salario mínimo y se presentaba como ejemplo un presupuesto de familia obrera. Ni el orador ni sus colegas se percataron que no basta presupuestar ropas y calzados para el padre, que la mujer también necesita ropas y abrigo.
Traigo a colación este detalle trivial, porque es profundamente sintomático: falta el punto de vista femenino, falta el sentir femenino, en una palabra, falta en la preparación de nuestras leyes la colaboración de la mujer.
En la administración del Erario estamos excluidas, pero no dispensadas de las cargas económicas que lo alimentan. Los rubros que nos interesan quedan siempre postergados a los intereses de la población masculina. Las necesidades sociales que sentimos en nuestra propia carne, que nos lastiman el alma, quedan libradas a la buena voluntad o al tibio interés de los hombres ¡hasta en las cuestiones de asistencia, al hacer la distribución se establecieron diferencias! Una escuela educacional para los varones delincuentes o abandonados. Para las niñas… el hacinamiento y la promiscuidad infectos de un asilo insuficiente. “¡¡No hay dinero para más!!”
Y sin embargo, la riqueza pública, nosotras contribuimos a formarla, como nuestros compañeros. Como ellos, damos rendimiento de trabajo y energía, trabajo que es riqueza. ¿Qué es el capital sino trabajo acumulado?
Como ellos, damos esfuerzos y energías, lo mismo en la labor modesta y sin embargo necesaria del hogar, como en el trabajo manual o cerebral de la oficina pública, del taller, de la fábrica, del estudio, de la enseñanza. . . y damos en más otro trabajo, más duro y más penoso, no reconocido y no apreciado por los economistas que legislan, pero tan grande, tan potente que es la fuente misma de la riqueza nacional: ¡Los hijos!
Rendimiento social que damos en brazos productores, capital que forjamos en nuestras propias visceras al precio de fatigas y de esfuerzos tales, que sólo puede aquilatarlos ella misma: ¡la madre!
El reciente Congreso de la C. G. T. francesa (Confederación General del Trabajo) acaba de declarar que la maternidad debe ser considerada como una función de estado y ser retribuida en consecuencia.
Un partido político uruguayo ha impreso en su carta orgánica que la mujer madre merece bien de la República. ¿Cómo? Desposeyéndola de todo derecho, colocándola en un rango inferior al beodo, al proxeneta o al vagabundo, — que esos, — conservan los suyos; excluyéndola de la vida política junto con los procesados y los criminales.
¡Situación curiosa la de la mujer uruguaya!
La propia Constitución de la República la excluye t
rminantemente de todo cargo en la Administración Pública, de todo empleo oficial. Desde la maestra llamada por Varela a desarrollar su magna reforma educacional, desde la dactilógrafa o la auxiliar de Correos, hasta las que desempeñan altos cargos en la enseñanza universitaria y normal, y las que son o fueron Miembros de los Consejos Autónomos, todas, estamos violando descaradamente la Constitución, y antes que nosotras la violaron aquellos que para tales cargos nos designaron.
Se ha pretendido dar un giro legal a esta situación extrañamente curiosa en que se halla colocada la mujer en la Administración Pública y con un juego de palabras se ha torcido la letra expresa de la carta constitucional, confundiendo el concepto de ciudadanía con el de nacionalidad. El texto constitucional es sin embargo de claridad meridiana: el Art. 11 establece que “los ciudadanos son los llamados a los empleos públicos”.
Si el articulo 11 emplea el término expreso de ciudadano, el artículo 9 da a la palabra su alcance constitucional diciendo: “todo ciudadano es miembro de la soberanía de la Nación: Como tal es elector y el elegible”.
¡La mujer uruguaya ni es ni puede, actualmente, ser ciudadano!
Señoras: Mis compañeras en este acto, os dirán, cada una desde un punto de vista parcial, — que así lo hemos concertado, — la necesidad de que la mujer, llamada a la labor fuera del hogar, en las actividades diversas de la vida y en los diferentes cargos de la Administración Pública, tareas muchas donde es difícilmente sustituible con ventajas; mis compañeras, os dirán cuán necesario es para la mujer encontrarse en las condiciones legales determinadas por la Carta Constitucional de la República y establecidas por los artículos mencionados.
A vosotras señoras mías, que en más de una ocasión miráis con indiferencia este magno problema, o que irreflexivamente repetís argumentos falaces, yo os ruego que mediteis hondamente las palabras que oiréis de nuestras compañeras, y os convenceréis que la cuestión de los derechos políticos femeninos, encierra más graves preocupaciones que el simple hecho de votar o no votar.
Señores: En estos últimos tiempos los partidos políticos que comparten la Representación Nacional se han declarado unánimemente, en el Consejo Nacional de Administración, en el Parlamento, en la Prensa, en las plataformas electorales, favorables al reconocimiento de los derechos políticos femeninos.
El Consejo Nacional de Administración ha pasado un Mensaje a la Asamblea General pidiendo el voto femenino.
El Ar. 10 de la Constitución establece la fórmula que habrá de reconocerlo. ¿Qué se espera para proceder?
¿Habremos de creer que existe en realidad un recelo secreto en los Partidos respecto a las consecuencias que pudiera acarrearles la incorporación del electorado femenino desde el punto de vista de la preponderancia política que cada uno pretende para sí?
Conspicuos miembros de estos partidos han declarado que no hay tal. La prensa que les responde lo ha repetido.
¿Por qué demorar entonces y darle largas en las Comisiones y encontrar mil obstáculos para sancionar una ley que todos a una han reconocido necesaria y justa?
¿A qué secretas preocupaciones responde ese compás de espera inexplicable? ¿A qué se debe esa falta de resolución en el momento mismo de decidir?
Señores Legisladores, mandatarios de vuestros partidos políticos, queremos tener confianza en vosotros… ¡y en ellos! ¡en la sinceridad de vuestras palabras, en la lealtad de vuestros procederes!
La hora de las declaraciones ha transcurrido ya ¡ha llegado el momento de la acción!
Tenemos los ojos fijos en vosotros, y en la intimidad de nuestras conciencias abiertas a la reflexión, mientras os escuchamos decir y os miramos proceder ¡Os estamos juzgando!
Recogemos vuestras lecciones y vuestros ejemplos para sernos guía en la hora futura, esa que inevitablemente llegará.
Señoras, Señores: Como el 25 de abril de 1917, el día de hoy señala una fecha histórica en los anales de la Nación Uruguaya.
En asamblea solemne, once mujeres que hemos producido ya nuestra competencia en los distintos campos de la actividad humana, venimos aquí, en representación de miles de nuestras compañeras, a proclamar nuestros derechos no reconocidos por una legislación hecha por hombres, y a reclamar públicamente la parte que nos pertenece en la Soberanía nacional.
Fuente: La Mujer Uraguaya Reclama Sus Derechos Politicos, por Paulina Luisi (Montevideo: Alianza Uruguaya, 1930).